martes, 18 de mayo de 2010

Trescientos gramos de evangelio


Donald Carson escribió en su libro "Cuestiones básicas para creyentes": "Póngame trescientos gramos de evangelio, por favor. No demasiado... lo suficiente para ser feliz, pero no mucho, para no volverme adicto. No quiero tanto evangelio que aprenda odiar de verdad la avaricia y la lujuria; y mucho menos tanto que empiece a amar a mis enemigos, a valorar la negación de mí mismo y a plantearme la posibilidad de ser misionero en alguna cultura extraña. Quiero éxtasis, no arrepentimiento; quiero trascendencia, no transformación.
Me gustaría que me apreciasen algunas personas simpáticas, que sepan perdonar y que tengan la mente abierta, pero no quiero saber nada de amar a los de otras razas... sobre todo si huelen mal.
Me gustaría bastante evangelio como para que mi familia se sienta segura y mis hijos fueran bien educados, pero no tanto que me haga dar un giro a mis ambiciones, ni potenciar demasiado mi generosidad.
Póngame trescientos gramos de evangelio, por favor.

Por supuesto que ninguno de nosotros es tan cínico como para expresarlo así. Pero la mayoría hemos sentido la tentación de optar por una versión domesticada del evangelio" (Pag. 7,8).

Este es un fiel reflejo de la tentación que tenemos todos. Un cristianismo visto como la compra perfecta: que valga apenas unas monedas, pero que cumpla todas nuestras expectativas.

- A veces buscamos predicadores que nos alimenten con una dieta tan ligera que al terminar de comer podamos estar enamorados de nuestra silueta espiritual. Ellos nos dicen lo inmensamente bonitos que somos.

- En otras ocasiones nos encantan los predicadores contundentes, de esos que no se callan, cortantes como una navaja, porque con ellos agradecemos no ser como "esos otros pecadores de la Iglesia de al lado".

- Y sino, nos acomodamos muy relajados a escuchar como algún maestro nos capacita para sentarnos en las altas esferas del conocimiento teológico. Lo escuchamos disertar incorporando palabras distintas, inusuales, ajenas a nuestro vocabulario habitual, y nos fascina sentir que formamos parte de una élite que conoce palabras como "soteriología", "pneumatología", "monergismo", "kénosis", etc...

Pero qué triste es ver que a la hora del diario vivir, la mayoría cojeamos de la misma pierna.
Cuando llega la hora de seguir el ejemplo de aquel que "no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo" (Filipenses 2:6,7) se nos presenta el problema.

Los tres casos anteriores parecen grupos de personas muy diferentes, pero en realidad los une una misma cosa: una religión de "trescientos gramos de evangelio" (como decía Donald Carson).

El ser cristiano no consiste en cuanto sabes, ni en qué tipo de predicación escuchas. NO. NO.
El ser cristiano, más bien, tiene mucho más que ver, en palabras de Pablo, con "estimar todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él" (Filipenses 3:8,9).

Aquí Pablo habla de "conocimiento". El transformarte en un estudiante serio de la Palabra, participar de seminarios bíblicos, prepararte en idiomas como el griego o hebreo, y demás, puede ser algo muy útil.
PERO SI TODO ESO NO TE LLEVA A "ESTIMAR TODAS LAS COSAS COMO PERDIDA" DE NADA TE SIRVE.

Nos acercamos a la Palabra, no para sentirnos mejor con nosotros mismos, no para aumentar nuestra autoestima espiritual. NO.
Nos postramos ante la Palabra de Dios como el medio que nos lleva al conocimiento de nuestro precioso Dios, y para saber cómo debemos vivir.

SE TRATA DE CONOCIMIENTO PRACTICO PARA NUESTRO DIARIO VIVIR.

Por eso la pregunta que me hago cada día: ¿Hoy, estoy viviendo el evangelio?
¿Me parezco a Cristo actuando así o a cualquier persona de este mundo?

Qué diferente es cuando leo la Palabra de esta manera. Ya no buscando mis propios "trescientos gramos de evangelio", sino como que cada palabra me dice como debo vivir.
Leyendo las Escrituras para deleitarme en Cristo, y luego para desarrollarlo en mi cotidiano vivir.

¿Quieres entender mejor a lo que me refiero?
Te voy a recomendar algo.
Comienza hoy a leer el "sermón del monte" (Mateo, capítulos del 5 al 7).
Léelo como un manual de vida. Lo que diga ahí, deberás vivirlo.
Por supuesto no te quitarás ni un ojo ni una mano al leer Mateo 5:27-30, pero sí que tomarás muy en serio la orden de arrancar el adulterio de tus ojos y manos.

Lee parte por parte y decide aplicarlo a tu minuto a minuto del día.
Por momentos te desanimarás y allí deberás acudir a los pies del monte Calvario. Pide perdón, ruega por fuerzas de Dios para vivir la Palabra, y vuelve al ataque.

Y por favor, pon algún comentario en este blog contándonos cómo lo estás viviendo. Si no quieres que los demás sepan quien eres, puedes escribir un comentario como "anónimo".

"...al que mucho se le haya confiado, más se le pedirá" (Lucas 12:48)

No hay comentarios: